lunes, 15 de junio de 2009

Sebastián, el niño que no fracasa

Sebastián, el niño que no fracasa

“Perder es ganar un poco”
Francisco Maturana


¿A qué se le llama fracaso en el ámbito escolar? Al hecho de que un niño no cumpla de una manera significativa los objetivos que la institución educativa propone. En este caso en particular, Sebastián, en palabras de su profesora, “no aprende, pareciera estar estancado”. En el Centro Educativo donde se ubica este caso, se han inventado todas las formas posibles para que Sebastián acceda al conocimiento, pero esto ha sido muy complicado. Cuando uno escucha a la profesora, lo que percibe es algo del orden de la impotencia, pues pareciera que ninguno de sus métodos funcionara: hablarle duro, hablarle suave, dejarlo sin descanso, dedicarle horas enteras de trabajo individual, etc. Podríamos decirlo de la siguiente forma: la pedagogía le exige a Sebastián ser normal y aprender, como todo mundo, con unos márgenes de fracaso tolerables por los maestros. Pero parece que hay algo en Sebastián............... que no le interesa mucho dicha normalidad; esto hace que se evidencie el abismo entre la maestra y el niño.

Intentaré pensar este caso a partir de una cita de Freud en relación al servicio que le puede prestar a la educación una posición psicoanalítica. La cita es la siguiente:

“El psicoanálisis tiene a menudo oportunidad de averiguar cuánto contribuye a producir enfermedades nerviosas la severidad inoportuna e ininteligente de la educación, o bien a expensas de cuántas pérdidas en la capacidad de producir y de gozar se obtiene la normalidad exigida. Pero puede también enseñar cuán valiosas contribuciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones asociales y perversas del niño cuando no son sometidas a la represión (...). Nuestras mejores virtudes se han desarrollado como unas formaciones reactivas sobre el terreno de las peores disposiciones {constitucionales}” .

Es una cita realmente larga que no voy a comentar toda, pero sí subrayaré algunos elementos que nos van a servir para pensar el caso de este niño.

Cuando un maestro en su labor educativa sólo tiene en cuenta sus objetivos pedagógicos, fácilmente se encuentra con dificultades, ya sea por lo impertinente que resulta siendo su trabajo, o porque sus alumnos le responden de una manera mecánica simplemente para no perder la materia, o porque se encuentra con niños que se resisten a aprender de ese modo. Asumir de este modo la pedagogía supuestamente borra o excluye lo que en la cita freudiana es nominado como “las pulsiones asociales y perversas del niño”. Digo que queda supuestamente borrado, pues aunque el maestro no lo quiera, o tal vez no lo pueda tener en cuenta, eso “asocial y perverso del niño”, siempre aparece, siempre insiste. Y, tal vez habría que decir, siempre triunfa de algún modo.

Es en esta lógica que pensé el título de mi texto: “Sebastián, el niño que no fracasa”. Un maestro cuando está frente a su alumno, se ha de enfrentar, mínimo, a dos niños, dos Sebastián: uno, el que, aunque sea de una manera intermitente, hace alianza con el maestro, y entonces dice: “yo sí quiero estudiar”. De hecho, Sebastián es un niño juicioso que es capaz de hacer alianza con su maestra; no es un niño abiertamente indisciplinado, vago, irrespetuoso, mal alumno. No. La imagen que proyecta Sebastián a sus profesoras es que es un niño obediente y tranquilo que, incluso, aprende algunas cosas, sobre todo las que ve por la televisión en los canales internacionales. Encontramos que en el mismo niño hay otro Sebastián que tiene mucha fuerza, y que, por lo menos cuando empecé a pensar este caso, no estaba siendo escuchado: es el Sebastián que no quiere aprender, que de alguna forma no quiere hacer lazo con el legado cultural que la escuela le está ofreciendo; es el que finalmente lleva las riendas en el proceso de aprendizaje, pues a la luz de las maestras, Sebastián es un caso de fracaso escolar, así el mismo niño intente no serlo. Seguir insistiendo sólo con el primer Sebastián (juicioso y obediente) lleva a la impotencia cualquier intento de insertar al niño en los estándares de normalidad que pretende el discurso pedagógico. Algo habrá que maniobrar con ése que estoy llamando el segundo Sebastián.

En este punto el psicoanálisis se convierte en una herramienta muy importante, pues el trabajo consistirá en escuchar a ese otro Sebastián que es, finalmente, el que está triunfando, el que no fracasa, pues, y sigo con la cita, “(el psicoanálisis nos enseña) cuán valiosas contribuciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones asociales y perversas del niño cuando no son sometidas a la represión”. La idea es seguirle la pista a eso que a primera vista resulta tan molesto para la escuela. Esto quiere decir que es necesario comenzar a escuchar a ese Sebastián que consigue aislarse, no aprender y perder las materias. El objetivo, entonces, es ver de qué está hecho ese Sebastián que el discurso pedagógico usualmente no ve, con la certeza freudiana de que escuchándolo le podremos permitir a Sebastián hacer movimientos subjetivos que lo lleven a querer aprender.

Para escucharlo, hay una primera puerta de entrada que es el discurso de los padres; por eso los llamo a consulta uno a uno, y les propongo que me cuenten sobre su hijo; aparece lo siguiente:

La relación que Sebastián tiene con su madre la podemos presentar con la manera en que ella (llamémosle, María) se refiere a él; ella lo llama: “Mi bebé, mi muñeco, mi precioso”. Sebastián tiene 6 años, está en primero de primaria, y es el hijo mayor de la pareja. Dice además: “Para Sebastián es todo la mamá”. Y cuando se le pregunta por la dificultad que tiene en la escuela, María dice: “Él es así por descuido mío, el niño no tiene la culpa de ser atrasado en el aprendizaje, porque yo trabajo mucho y no tengo tiempo para ayudarle”. Y, para confirmar esta situación, cuando la profesora le pregunta a Sebastián por qué no hizo tal tarea, él simplemente responde: “Mi mamá no me ayudó, ella no tuvo tiempo”. En el discurso de la madre comienza uno a ver la hipótesis con la que se comenzó este texto: Sebastián es un niño que no fracasa; en la lógica de la relación con su madre, es ella quien intenta hacerse responsable de las cosas malas que le pasan a Sebastián. Por eso, María frente a los otros es una excelente madre, pues, en el imaginario cultural una buena madre es aquélla que lo da todo y es capaz de dar la vida por sus hijos. En la relación con la madre, este Sebastián sale ganando, permanece completico, pues ella siempre está presta a cargar sobre sus espaldas lo que le toca al niño: la responsabilidad frente a sus actos.


Pasemos al padre (llamémosle, José): ¿cómo aparece el niño en su discurso? Cuando llega a la consulta lo primero que dice es que Sebastián se parece mucho a María. Los dos son muy sensibles y nerviosos. Añade: “Cuando supe que el niño venía en camino, ya tocó hacerse cargo de él. Uno no se puede arrepentir de los hijos. Yo le respondía (económicamente) pero no vivía con ella, hasta que llegó el otro payasito, y ahí sí nos fuimos a vivir juntos”. El aduce que la relación que tiene con Sebastián es buena, mientras María no esté presente, pues cuando ella llega se roba toda la atención de los niños, al punto de que ya él no tiene autoridad alguna sobre ellos. Cuando ella está, los niños no le creen a su padre, y siempre se dirigen a María para verificar la veracidad de lo que él dice. En el discurso del padre Sebastián es el hijo preferido de la madre, y cuando ella está, José es como si no existiera. Y para terminar con el discurso del padre, queda por subrayar una característica de Sebastián: él es “celosito” con la madre. Esto último hace que nos preguntemos por el lugar de José en la vida de María.

Para esta pareja ha sido complicado sostener la relación. De hecho, ellos no se han casado. Los hijos son siempre motivo de discusión: María dice que José no quiere a Sebastián, y José dice que María no quiere Juan, el segundo payasito. La cotidianidad está atravesada por esta discusión, en la cual Sebastián y María se ganan mutuamente, armando una relación amorosa (madre-hijo) muy particular, pues de alguna forma José no ha sabido ubicarse ni como hombre de María, ni como padre de Sebastián, al punto de que cuando la madre busca ayuda dice: “Si aquí en el preescolar ven que es mejor que yo me separe de José, yo lo hago. Lo primero son mis hijos”.

En este triángulo amoroso es que uno encuentra al Sebastián que se gana a su madre, pues es la persona que siempre está a su lado, que se presenta a los otros como hiperpotente capaz de hacer lo que sea para que su hijo no sufra, para que no le falta nada (un dato: la madre trabaja como vigilante en una empresa de seguridad, y su dotación fue un arma hasta hace muy poco). Recuerden que ante el no aprendizaje de Sebastián, María dice: “El niño no tiene la culpa. La culpa la tengo yo porque no tengo tiempo para dedicarle”. Y cuando José en algún momento regaña a Sebastián, María siempre se pone en medio, y le dice a su marido: “¿Por qué estás regañando al niño?”. Y para terminar el cuadro, la maestra dice que muchas de las tareas que lleva Sebastián a la escuela son hechas por la madre. El niño queda intacto, impecable, sin pecado, sin responsabilidad, completico. Este es el niño que triunfa en la lógica de la tendencia al amor incestuoso, pero que fracasa, por lo menos en algo, en el orden de la ley: no aprende.

A esto se refiere Freud cuando habla de la pulsión perversa y asocial; es decir, eso entrañable en el niño que busca siempre mantener su narcisismo completico, sin entrar en la lógica social en la cual, para articularse al mundo, algo hay que perder.

Explico este punto que es de radical importancia al momento de pensar la intervención pedagógica con Sebastián teniendo principios psicoanalíticos. Freud hace una crítica a la educación de su tiempo: la tacha de utilizar una severidad inoportuna e ininteligente, nos dice en la cita a la que nos hemos referido en todo el texto. La educación victoriana, que es la que opera en tiempos de Freud, tenía un objetivo bien claro: el control de la mente y los cuerpos de los niños. Podría uno decir que fue una educación en la cual lo que importaba era que el niño se comportara y representara bien su papel en la sociedad. De ahí que los métodos eran usualmente el castigo (“La letra con sangre entra”) y la extorsión moral (“Si no se comporta como debe se va para el infierno”). Este tipo de educación era el que Freud criticaba como inoportuna e ininteligentemente severa. Hoy, los ideales culturales han llevado a que padres y maestros se ubiquen en una posición totalmente contraria, y entonces, cualquier método educativo que traiga consigo algo de displacer para el niño es tachado de antipedagógico. El efecto de esto en las nuevas generaciones no se ha hecho esperar: niños y jóvenes que tienen como ideal ético actuar siempre conforme a lo que les haga sentirse bien. “Energía, te hace gozar todo el día”, es el slogan de una de las emisoras con más audiencia juvenil en Medellín. Ése es un ideal en el cual está la ilusión de poder pasar por el mundo sin perder nada, sin ponerle límite a los impulsos que, dicen ellos, “les nacen naturalmente”, y como lo que está de moda es ser natural, entonces los muchachos finalmente hacen lo que se les da la gana autorizados por dicho ideal.

Pareciera ser que es en esta lógica en la cual crece Sebastián, al lado de unos padres que no permiten que su hijo encuentre un límite en el encuentro con los otros y con el saber. Eso que Freud llama la pulsión perversa y asocial es lo que hace que Sebastián consiga mantener intacto su narcisismo, y entonces, no le dé cabida al encuentro con el otro cultural. Por eso, cuando alguien se presenta ante Sebastián poniéndole límite, y, dice el padre, “hablándole durito, él simplemente se pone a llorar y se va al lado de su mamá”.

Sebastián encontrará más tolerable su encuentro con el conocimiento cuando comience a perder, cuando se le permita acceder al mundo en donde la madre no tiene poder, donde no lo pueda exculpar de sus fallas, cuando su narcisismo se empiece a quebrar.

Al respecto, hay una escena en la cual el padre hace mucho énfasis cuando se le pregunta por Sebastián; la siguiente: padre e hijo van a visitar a la familia paterna, un día en que la madre está trabajando. Allí el niño se cae por unas escaleras y logra quebrarse una mano. Esta situación hace que la relación de pareja se vuelva muy tensa, pues María le reclama diciéndole: “¿pero cómo descuida usted mi tesoro?”. A lo que el padre responde: “¿Y yo qué tengo la culpa? Tener a un niño amarrado es como muy difícil”. Es en ausencia de la madre, cuando el niño está al cuidado de su padre, cuando está en contacto con algo del mundo exterior, que Sebastián se quiebra... la mano. Salir al mundo siempre trae sus riesgos. Esto de haberse quebrado la mano puede llegar a ser significativo en el trabajo posterior con el niño porque de alguna forma uno puede ver que él, a veces, hace una objeción a esa madre que lo quiere completico, sin nada quebrado.

Mi trabajo en esa institución no es ofrecer el dispositivo clínico tal como todo mundo lo conoce; lo que yo hago es ofrecerles a los padres y maestros una lectura de los casos en los cuales la labor pedagógica de alguna forma se encuentra impotente. Por eso entonces la pregunta que sigue es: ¿y qué hacer, desde la familia y la escuela, con este niño que consigue no perder?

Si son ellos quienes van a intervenir, si son ellos quienes finalmente educan al niño, mi trabajo es mostrarles a ese otro Sebastián que no le interesa abrirse al mundo de la escuela, y sobre todo, señalarles qué responsabilidad tienen ellos en la posición del niño. Porque si es verdad que hasta ahora la tónica en que he presentado el caso es mostrando la responsabilidad de Sebastián, también es importante decir que padres y maestros no son entes vacíos; ellos están implicados en la situación y de alguna forma han permitido que ese niño siga viviendo en esa lógica de no perder... a su madre. María dice: “El niño no tiene la culpa de su atraso en el aprendizaje”. Podría uno preguntarse: ¿qué busca ella presentando a Sebastián siempre como un niño libre de culpa en su fracaso escolar? ¿esa madre abnegada que trabaja todo el día para darles todo a sus hijos no tiene nada que ver con la posición de su hijo? José dice: “Cuando mi señora llega a la casa yo dejo que ellos la apapachen como quieran”. Podría uno preguntarse: ¿Por qué José no se ha ganado el amor de su mujer? ¿Por qué deja que ella lo borre como padre y como hombre? Y la maestra: “Es que a mí me duele mucho cuando los niños pierden, se me parte el alma... qué pecado de Sebastián”. ¿Qué de ella está poniendo en juego cuando le cuesta escribir en el boletín una nota que dé cuenta de lo que pierde Sebastián? ¿Su posición materna?

Mientras padres y maestros sigan en la lógica en la cual actuar pedagógicamente es hacer todo lo posible para que Sebastián no sufra, para que no le duela nada, para que no se le quiebre nada, el niño seguirá gozando en este lugar; y quién sabe hasta cuándo, pues quienes trabajamos en educación sabemos que el Ministerio de Educación Nacional también está en esta dinámica en la cual, ojalá nadie pierda. Y entonces los niños pasan por toda la primaria y el bachillerato sin que nadie los quiebre un poquito.

A manera de epílogo: lo que se gana cuando se pierde

Esta historia no tiene un final aún. Sebastián sigue a la fecha de este escrito en el Centro Educativo, y en ese período académico perdió casi todas las materias. La maestra le señaló al niño y a la madre que de seguir así, podría perder el año. Incluso hubo una decisión muy clara: si ella veía que la tarea la hacía María y no Sebastián, sería asumida como una tarea no hecha, con su consiguiente mala nota. No creo en la magia pero sí en los efectos subjetivos que tiene una intervención avisada de la lógica interna en la cual se mueve un sujeto. La profesora, semanas después de su intervención, dice: “Sebastián ha cambiado hasta en la manera de sentarse. Ahora lo hace con la atención puesta en la clase”. Pareciera ser que el malestar que le propinó su maestra al evaluarlo con tantos insuficientes, lo hubieran despertado del letargo en el que estaba. Incluso, añade, “ha sido capaz de relacionarse más con sus compañeros de clase que lo tenían siempre como rechazado”.

Sebastián perdió muchos logros en ese primer período, pero parece que comenzó a ganar algo: el deseo de saber.

Ahora sí puedo entender al doctor Maturana cuando dice: “Perder es ganar un poco”.


BIBLIOGRAFIA

- Freud, Sigmund. El interés por el psicoanálisis. Obras Completas. Volumen XIII. Editorial Amorrortu. Buenos Aires, 1979.
- Cortés, Marlon. Sobre la psicología del colegial...o una teoría freudiana sobre el maestro como sujeto. En: Cuadernos Pedagógicos. Número 26. Diciembre, 2005. Editorial Universidad de Antioquia.

(Texto publicado en el libro: El niño hoy. Transtornos y exclusión. Editorial Corporación Ser Especial. 2006.)

2 comentarios:

  1. Texto para que impriman las alumnas de la Normal Superior de Rionegro (segundo ciclo)para el trabajo del 16 y 17 de junio de 2009.
    Ah, y para la alumna de primer ciclo que ya se fue de vacaciones.
    cortesmarlon@gmail.com

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  2. Alguien me podría decir cual es el nombre del libro donde esta este capitulo de sebastián el niño que no fracasa? Gracias

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