lunes, 23 de agosto de 2010

LA DIVISIÓN DEL SUJETO EN VOZ DE JAIME Y DE BAYLY

Aún es pronto para morir
Autor: Jaime Bayly
Nada de lo que está pasando estaba remotamente en mis planes y por eso asisto pasmado, incrédulo y curioso a la vida de ese señor que supuestamente soy yo, pero que cada día me parece más un extraño, alguien que hace cosas que no puedo explicar ni justificar y a duras penas puedo contar.

De pronto a este señor se le ocurre que se irá a vivir a Bogotá y ni siquiera me lo consulta, lo anuncia a la prensa, firma unos contratos, graba unas promociones, viaja como un fanático con una misión, y ahora este señor y yo, o ese señor al que llaman Jaime Baylys y yo (que no elegí ser yo ni tampoco que llamaran Jaime Baylys a ese otro señor que anda por la vida diciendo que soy yo), estamos viviendo en Bogotá, así porque sí, porque el señor se encaprichó y me trajo como si yo fuera un bulto (que en realidad es lo que soy para él, para el señorito hablantín de Jaime Baylys que me lleva y me trae como si yo fuera su carry on, que es exactamente lo que soy para él).

Pues aquí estamos los dos, viviendo en una ciudad fría, arbolada, verde allá arriba, una ciudad con calles numeradas, una ciudad en la que Baylys me dice que hay más autos que personas y que está seguro de haber visto autos que van solos por las autopistas, una ciudad en la que no nos dejan caminar sin vigilancia porque Baylys tiene enemigos que lo quieren matar (incluyéndome), y entonces tenemos que salir los dos con chofer y guardaespaldas en camioneta blindada (un blindaje que creo redundante, porque la capa adiposa que se ha dejado crecer Baylys me parece ya a prueba de balas o, cuando menos, de perdigones).

Una noche dejo a Baylys durmiendo en el hotel y salgo a caminar y me pierdo por las calles de este barrio singularmente apacible y cuando regreso del paseo se me va el aire (es sabido que Baylys también pierde aire) y nos echamos los dos y de pronto sentimos que nos han puesto una bolsa de cemento encima del pecho, sentimos o siento (porque Baylys es tan desalmado que ya no siente nada) que alguien nos aprieta el pecho o se ha sentado sobre nosotros y el pecho está a punto de estallarnos y ese dolor opresivo, quemante, puede ser el anuncio de que un infarto segará con buen tino la inefable existencia de Jaime Baylys y me dejará en paz para ver en qué otro cuerpo consigo meterme cuando el suyo sea ya un cadáver flácido en descomposición.

Siendo entonces que el dolor nos agobia a ambos, es solo a Baylys a quien le preocupa morir, porque yo lo que quiero es escapar de ese señor y no verlo más, ese señor me ha hecho la vida imposible, me ha exhibido más de veinticinco años en todas las televisiones que se le han obsequiado y me ha maquillado cien mil y una noches y me ha hecho decir cosas por las que ahora siento verdadero hastío: digamos entonces que Baylys se asusta porque siente que va a morir en un hotel de Bogotá, ese incendio en el pecho y la respiración entrecortada y el vahído que presagia un desmayo no pueden ser sino señales de la muerte inminente, y digamos que en lo que a mí respecta, nos quedamos echados y esperamos el infarto, bienvenido sea, que cualquier cosa tiene que ser mejor que seguir viviendo encerrado como rehén en el cuerpo desfigurado y ventrudo de ese señor que va por la vida con aires de listillo haciéndose llamar Jaime Baylys.

Para mi desdicha, Baylys no quiere morir, tiene pánico a morir, no porque tema algún castigo divino o una reencarnación arácnida, sino porque está encantado de ser él mismo y dejar de serlo le parece espeluznante, atroz, insoportable (todo lo contrario de lo que pienso yo), y es por eso que encuentra fuerzas (fuerzas que creo que arranca de su ego, un ego que tiene las dimensiones de un océano) y se levanta de la cama y, mareado y con un zumbido en los oídos y el corazón bailando un mambo o mejor un vallenato, camina por los pasillos del hotel y comprende que si no llega pronto a una clínica será tiempo de morir infartado, asorochado, extenuado y todavía maquillado en esta ciudad a la que me trajo a vivir y por lo visto a morir también.

Baylys (hay que ver lo vanidoso que es) ha encontrado tiempo para ponerse un sombrero, un sobretodo negro y una bufanda y ahora está en la puerta del hotel buscando a Fabio, el conductor, y a John Jairo, el custodio, pero no aparecen en el horizonte brumoso de la calle ochenta y cuatro, han de estar durmiendo en sus casas, hartos de llevar y traer a Jaime Baylys, soportando su cháchara incesante, y entonces pienso que lo mejor sería caminar hasta que nos sorprenda la muerte y caer desplomados bajo un árbol añoso de esta ciudad en la que llueve una lluvia que a veces parece hielo, pero el señorito no comparte mi opinión de que ya va siendo hora de callar, de que nunca es pronto para morir en Bogotá, y entonces me sorprende haciendo gestos para detener a un taxi, subiéndose al vehículo y diciéndole al conductor:

-Por favor, lléveme a la clínica más cercana.
El taxista tiene la prudencia de no hacer preguntas y se enreda en una travesía serpentina, una cumbia resonando en los parlantes, y anuncia en pocos minutos que hemos llegado a la clínica El Country y que le debemos diez mil pesos. Baylys busca su billetera y no la encuentra, no hay billetera ni pesos para pagarle al conductor que nos ha traído a la velocidad de la luz a esta clínica. Baylys me sorprende, él siempre esconde un fajo bajo la manga: saca cien dólares, se los da al chófer y le dice:

-Hoy es su día de suerte.
Luego bajamos y caminamos hasta que la doctora Maite advierte que no nos sobran pasos ni respiros y que todo el aire que hemos venido perdiendo se nos ha ido ya y ahora estamos tratando de recuperar (si tal cosa es posible) el aire perdido y con el aire, la vida, esperando el que habrá de ser el último resoplido de esa ballena varada en esta clínica a la que ha venido a que le salven la vida que no merece que le salve nadie.

Cuando pienso que ya va siendo hora de terminar este sainete y salir corriendo de este señor y encontrar una compañía más digna, la doctora (que es joven, es guapa, ha reconocido a Baylys y le tiene simpatía) se apresura en auxiliarnos y en pocos minutos estamos tendidos, entubados, respirando oxígeno de insólita pureza, recibiendo urgentes atenciones para que no nos reviente el corazón como una piñata aporreada por los niños terribles que llevamos dentro (que alcanzan para varios cumpleaños y quedan sobrando: todo en Baylys ha sido siempre aniñado, pueril, una suma de niñerías, insolencias y desplantes de crío malcriado).

Gracias a la doctora Maite, salvamos la vida en la clínica El Country y ahora nos aprestamos a salir al aeropuerto para viajar a Lima y hospedarnos en el Country: se podría decir entonces que es la nuestra una vida signada por el vértigo de salir de un Country para entrar a otro Country, sin saber bien cuál es el hospital y cuál es el hotel y, sobre todo, cuál es el país, el country, en el que estoy, al que voy, del que vengo y al que me llevan sin consultarme. Curiosamente, me parece que Jaime Baylys me ha condenado a vivir de Country en Country y ser al mismo tiempo un apátrida without any country whatsoever, y por eso yo pensaba que no era pronto para morir aquella noche en Bogotá y él, que se cree inmortal o que cree que las cosas chapuceras que ha dejado escritas se leerán cuando no queden de él sino sus huesos (si no han sido antes cremados: en cuyo caso, cuando no queden de él sino sus cenizas), está encantado de seguir vivo, lleno de aire, respirando sin agitación, pidiéndole al camarero un jugo de guanábana más, echándole bastante salvado (que Fabio nos ha regalado, pues el conductor, hombre de verbo impredecible, nos dijo una noche: “Don Baylys se va a purificar si toma El Salvado”, y Baylys y yo pensamos que Fabio quería hablarnos de una congregación religiosa, y Fabio añadió: “Yo, desde que tomo El Salvado, me he purificado”, y Baylys le preguntó qué debía hacer para purificarse, y Fabio dijo que tomar Salvado en cucharadas, y al día siguiente se presentó con dos bolsas de Salvado y desde entonces Baylys y yo nos hemos hecho adictos al jugo de guanábana con Salvado y quién hubiera dicho que El Salvador iba a venir en una bolsa de quinientos gramos, lo que pesa el Salvado Fino) y llevándome cinco y seis veces al día al inodoro para confirmar lo que Fabio dijo: “Mire, don Baylys, pruebe El Salvado y ya verá cómo le purifica su, perdone la expresión, su materia fecal”.

Así las cosas, antes éramos solo dos, Jaime Baylys y yo, que lo sigo acompañando muy a mi pesar, y ahora somos ya tres, Baylys, el que esto escribe y el bendito Salvado salvador, alabado sea, que viene purificándonos y recuperándonos del incendio que casi nos quemó el corazón (y a la doctora Maite: el lunes paso por la clínica para pagar lo que le quedé debiendo).

LA DIVISIÓN DEL SUJETO EN VOZ DE JAIME Y DE BAYLY

http://peru21.pe/impresa/noticia/aun-pronto-morir/2009-11-09/26059

miércoles, 18 de agosto de 2010

manual de sexualidad para jóvenes

http://cjex.org/component/docman/doc_download/12-fanzine-qel-placer-esta-en-las-manosq.html&h=4590d