sábado, 10 de abril de 2010

MOCKUSMANÍA VERDE

Con cierta preocupación observo lo que se comenzó a llamar como la Mockusmanía. ¡Mockusmanía! Por eso busco la definición de “manía” en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua y me encuentro con lo siguiente:
manía.
(Del lat. manĭa, y este del gr. μανία).
1. f. Especie de locura, caracterizada por delirio general, agitación y tendencia al furor.
2. f. Extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada.
3. f. Afecto o deseo desordenado. Tiene manía por las modas.

Locura, delirio general, furor, extravagancia, capricho, afecto o deseo desordenado. No me gusta este hallazgo semántico. Me parece que nos equivocamos de nuevo cuando endiosamos a una figura, atribuyéndole, tal vez, poderes sobrenaturales, que no existen. Incluso me arriesgo a pensar que ésa fue una de las equivocaciones con el señor Uribe: Colombia pensó que lo iba a salvar de todos los males… Obviamente, eso que se esperó, no sucedió, a pesar de que algunos medios de comunicación se empeñen en decir lo contrario.
Me preocupa, no tanto el Parkinson de Mockus, sino al posible Alzheimer del pueblo colombiano. Se nos olvida lo que, no sólo en Colombia, sino en el mundo entero, ya hemos aprendido: atribuirle un carácter mesiánico a cualquier personaje nos lleva, ineludiblemente, a la absurda decepción. Doy el calificativo de “absurdo”, pues es una decepción que aparece, tal vez no por la falencia del personaje, sino porque se espera más de lo posible. Creo, a veces, en la sabiduría popular cuando dice: No le pida peras al olmo. El olmo es un árbol cuyo fruto son las sámaras, que es un fruto seco. No pedirle peras al olmo es, finalmente, ser lo más realistas posible, y entonces, no esperar más. El profesor Estanislao Zuleta viene a mi ayuda y me regala la siguiente cita de su ensayo “El elogio de la dificultad”:
“Nuestra desgracia no está en la frustración de nuestros deseos, sino en la misma forma de desear. Deseamos mal.”
El problema no es, según este autor, que no consigamos lo que queramos, sino en qué es lo que queremos. Deseamos mal, es mi parcializada opinión, cuando asumimos una actitud maníaca frente a un proceso democrático como el que tendremos próximamente.
Entonces, ¿qué es desear bien?
Mockus es humano, no un dios. Por lo tanto, si esperamos que responda como dios, el problema no será de Mockus, sino de los feligreses que, ciegamente, votarán por él. ¿Sí será cierta tanta belleza? ¿Sí será cierta tanta honestidad? ¿Tanta ciudadanía? ¿Tanta educación? ¿Tanta….? ¿Sí serán verdad tantas cosas bellas juntas? ¿Un humano, como lo es el profesor Mockus, tendrá la capacidad de responder a tan altas esperanzas? Creo que quienes viven cerca de él sabrán decir que él no es dios y que, por lo tanto, la mezquindad, muy seguramente, también cabalga en su vida.
Recordemos, que con el señor Uribe pasó algo parecido. Cuando se postuló como presidente de la república, muchos creímos en él, muchos lo endiosaron, muchos votamos por él. ¿Cuántos de nosotros leímos y estudiamos el programa político del actual presidente por allá en el 2002? ¿Cuántos votaron embriagados por la experiencia religiosa de haber encontrado al salvador de todos nuestros males? ¿Cuánto de hipnosis hay en el acto medio maníaco de enarbolar las banderas de un partido?
Yo sé que la formación política de nosotros los colombianos es pobre. Sé que buena parte de la votación se compra. Sé que muchos votan buscando al mesías que los saque de la olla en la que se encuentran. Por eso nos merecemos a los gobernantes que tenemos. ¿Será que si votamos por Mockus, convirtiéndolo en Mesías, nuestra historia cambiará? Estoy seguro que va a decepcionar a la gran mayoría de colombianos, pero el problema no será Mockus, el problema será la manera religiosa medieval en la cual vota el colombiano promedio.
Desear bien en política tiene poco que ver con la manía. Frente a la locura, la razón. Frente al delirio general, la pausa de la decisión mesurada. Frente al furor, el estudio minucioso de los programas políticos. Frente a la extravagancia, la sencillez en la exposición de las ideas. Y, finalmente, frente al afecto desordenado, el amor por el bien común.
Pero, deseamos mal. Parece que se va a repetir una constante en la historia de nuestro país: el caudillismo. ¿Cuándo aprenderemos que nadie salva a nadie, que la hipnosis es un proceso psíquico en el cual el hipnotizado tiene la mayor parte de responsabilidad? ¿Cuándo aprenderemos que la democracia, fundamentalmente, es el empoderamiento racional de las mayorías?
Quienes me conocen, saben que votaré por Mockus. Y quienes me conocen un poco más, saben que pocas son las cosas que trago entero. La mejor de ellas, un trago de tekila, con limón y sal.
¡Salve, Mockus!