Sebastián, el niño que no fracasa
“Perder es ganar un poco”
Francisco Maturana
¿A qué se le llama fracaso en el ámbito escolar? Al hecho de que un niño no cumpla de una manera significativa los objetivos que la institución educativa propone. En este caso en particular, Sebastián, en palabras de su profesora, “no aprende, pareciera estar estancado”. En el Centro Educativo donde se ubica este caso, se han inventado todas las formas posibles para que Sebastián acceda al conocimiento, pero esto ha sido muy complicado. Cuando uno escucha a la profesora, lo que percibe es algo del orden de la impotencia, pues pareciera que ninguno de sus métodos funcionara: hablarle duro, hablarle suave, dejarlo sin descanso, dedicarle horas enteras de trabajo individual, etc. Podríamos decirlo de la siguiente forma: la pedagogía le exige a Sebastián ser normal y aprender, como todo mundo, con unos márgenes de fracaso tolerables por los maestros. Pero parece que hay algo en Sebastián............... que no le interesa mucho dicha normalidad; esto hace que se evidencie el abismo entre la maestra y el niño.
Intentaré pensar este caso a partir de una cita de Freud en relación al servicio que le puede prestar a la educación una posición psicoanalítica. La cita es la siguiente:
“El psicoanálisis tiene a menudo oportunidad de averiguar cuánto contribuye a producir enfermedades nerviosas la severidad inoportuna e ininteligente de la educación, o bien a expensas de cuántas pérdidas en la capacidad de producir y de gozar se obtiene la normalidad exigida. Pero puede también enseñar cuán valiosas contribuciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones asociales y perversas del niño cuando no son sometidas a la represión (...). Nuestras mejores virtudes se han desarrollado como unas formaciones reactivas sobre el terreno de las peores disposiciones {constitucionales}” .
Es una cita realmente larga que no voy a comentar toda, pero sí subrayaré algunos elementos que nos van a servir para pensar el caso de este niño.
Cuando un maestro en su labor educativa sólo tiene en cuenta sus objetivos pedagógicos, fácilmente se encuentra con dificultades, ya sea por lo impertinente que resulta siendo su trabajo, o porque sus alumnos le responden de una manera mecánica simplemente para no perder la materia, o porque se encuentra con niños que se resisten a aprender de ese modo. Asumir de este modo la pedagogía supuestamente borra o excluye lo que en la cita freudiana es nominado como “las pulsiones asociales y perversas del niño”. Digo que queda supuestamente borrado, pues aunque el maestro no lo quiera, o tal vez no lo pueda tener en cuenta, eso “asocial y perverso del niño”, siempre aparece, siempre insiste. Y, tal vez habría que decir, siempre triunfa de algún modo.
Es en esta lógica que pensé el título de mi texto: “Sebastián, el niño que no fracasa”. Un maestro cuando está frente a su alumno, se ha de enfrentar, mínimo, a dos niños, dos Sebastián: uno, el que, aunque sea de una manera intermitente, hace alianza con el maestro, y entonces dice: “yo sí quiero estudiar”. De hecho, Sebastián es un niño juicioso que es capaz de hacer alianza con su maestra; no es un niño abiertamente indisciplinado, vago, irrespetuoso, mal alumno. No. La imagen que proyecta Sebastián a sus profesoras es que es un niño obediente y tranquilo que, incluso, aprende algunas cosas, sobre todo las que ve por la televisión en los canales internacionales. Encontramos que en el mismo niño hay otro Sebastián que tiene mucha fuerza, y que, por lo menos cuando empecé a pensar este caso, no estaba siendo escuchado: es el Sebastián que no quiere aprender, que de alguna forma no quiere hacer lazo con el legado cultural que la escuela le está ofreciendo; es el que finalmente lleva las riendas en el proceso de aprendizaje, pues a la luz de las maestras, Sebastián es un caso de fracaso escolar, así el mismo niño intente no serlo. Seguir insistiendo sólo con el primer Sebastián (juicioso y obediente) lleva a la impotencia cualquier intento de insertar al niño en los estándares de normalidad que pretende el discurso pedagógico. Algo habrá que maniobrar con ése que estoy llamando el segundo Sebastián.
En este punto el psicoanálisis se convierte en una herramienta muy importante, pues el trabajo consistirá en escuchar a ese otro Sebastián que es, finalmente, el que está triunfando, el que no fracasa, pues, y sigo con la cita, “(el psicoanálisis nos enseña) cuán valiosas contribuciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones asociales y perversas del niño cuando no son sometidas a la represión”. La idea es seguirle la pista a eso que a primera vista resulta tan molesto para la escuela. Esto quiere decir que es necesario comenzar a escuchar a ese Sebastián que consigue aislarse, no aprender y perder las materias. El objetivo, entonces, es ver de qué está hecho ese Sebastián que el discurso pedagógico usualmente no ve, con la certeza freudiana de que escuchándolo le podremos permitir a Sebastián hacer movimientos subjetivos que lo lleven a querer aprender.
Para escucharlo, hay una primera puerta de entrada que es el discurso de los padres; por eso los llamo a consulta uno a uno, y les propongo que me cuenten sobre su hijo; aparece lo siguiente:
La relación que Sebastián tiene con su madre la podemos presentar con la manera en que ella (llamémosle, María) se refiere a él; ella lo llama: “Mi bebé, mi muñeco, mi precioso”. Sebastián tiene 6 años, está en primero de primaria, y es el hijo mayor de la pareja. Dice además: “Para Sebastián es todo la mamá”. Y cuando se le pregunta por la dificultad que tiene en la escuela, María dice: “Él es así por descuido mío, el niño no tiene la culpa de ser atrasado en el aprendizaje, porque yo trabajo mucho y no tengo tiempo para ayudarle”. Y, para confirmar esta situación, cuando la profesora le pregunta a Sebastián por qué no hizo tal tarea, él simplemente responde: “Mi mamá no me ayudó, ella no tuvo tiempo”. En el discurso de la madre comienza uno a ver la hipótesis con la que se comenzó este texto: Sebastián es un niño que no fracasa; en la lógica de la relación con su madre, es ella quien intenta hacerse responsable de las cosas malas que le pasan a Sebastián. Por eso, María frente a los otros es una excelente madre, pues, en el imaginario cultural una buena madre es aquélla que lo da todo y es capaz de dar la vida por sus hijos. En la relación con la madre, este Sebastián sale ganando, permanece completico, pues ella siempre está presta a cargar sobre sus espaldas lo que le toca al niño: la responsabilidad frente a sus actos.
Pasemos al padre (llamémosle, José): ¿cómo aparece el niño en su discurso? Cuando llega a la consulta lo primero que dice es que Sebastián se parece mucho a María. Los dos son muy sensibles y nerviosos. Añade: “Cuando supe que el niño venía en camino, ya tocó hacerse cargo de él. Uno no se puede arrepentir de los hijos. Yo le respondía (económicamente) pero no vivía con ella, hasta que llegó el otro payasito, y ahí sí nos fuimos a vivir juntos”. El aduce que la relación que tiene con Sebastián es buena, mientras María no esté presente, pues cuando ella llega se roba toda la atención de los niños, al punto de que ya él no tiene autoridad alguna sobre ellos. Cuando ella está, los niños no le creen a su padre, y siempre se dirigen a María para verificar la veracidad de lo que él dice. En el discurso del padre Sebastián es el hijo preferido de la madre, y cuando ella está, José es como si no existiera. Y para terminar con el discurso del padre, queda por subrayar una característica de Sebastián: él es “celosito” con la madre. Esto último hace que nos preguntemos por el lugar de José en la vida de María.
Para esta pareja ha sido complicado sostener la relación. De hecho, ellos no se han casado. Los hijos son siempre motivo de discusión: María dice que José no quiere a Sebastián, y José dice que María no quiere Juan, el segundo payasito. La cotidianidad está atravesada por esta discusión, en la cual Sebastián y María se ganan mutuamente, armando una relación amorosa (madre-hijo) muy particular, pues de alguna forma José no ha sabido ubicarse ni como hombre de María, ni como padre de Sebastián, al punto de que cuando la madre busca ayuda dice: “Si aquí en el preescolar ven que es mejor que yo me separe de José, yo lo hago. Lo primero son mis hijos”.
En este triángulo amoroso es que uno encuentra al Sebastián que se gana a su madre, pues es la persona que siempre está a su lado, que se presenta a los otros como hiperpotente capaz de hacer lo que sea para que su hijo no sufra, para que no le falta nada (un dato: la madre trabaja como vigilante en una empresa de seguridad, y su dotación fue un arma hasta hace muy poco). Recuerden que ante el no aprendizaje de Sebastián, María dice: “El niño no tiene la culpa. La culpa la tengo yo porque no tengo tiempo para dedicarle”. Y cuando José en algún momento regaña a Sebastián, María siempre se pone en medio, y le dice a su marido: “¿Por qué estás regañando al niño?”. Y para terminar el cuadro, la maestra dice que muchas de las tareas que lleva Sebastián a la escuela son hechas por la madre. El niño queda intacto, impecable, sin pecado, sin responsabilidad, completico. Este es el niño que triunfa en la lógica de la tendencia al amor incestuoso, pero que fracasa, por lo menos en algo, en el orden de la ley: no aprende.
A esto se refiere Freud cuando habla de la pulsión perversa y asocial; es decir, eso entrañable en el niño que busca siempre mantener su narcisismo completico, sin entrar en la lógica social en la cual, para articularse al mundo, algo hay que perder.
Explico este punto que es de radical importancia al momento de pensar la intervención pedagógica con Sebastián teniendo principios psicoanalíticos. Freud hace una crítica a la educación de su tiempo: la tacha de utilizar una severidad inoportuna e ininteligente, nos dice en la cita a la que nos hemos referido en todo el texto. La educación victoriana, que es la que opera en tiempos de Freud, tenía un objetivo bien claro: el control de la mente y los cuerpos de los niños. Podría uno decir que fue una educación en la cual lo que importaba era que el niño se comportara y representara bien su papel en la sociedad. De ahí que los métodos eran usualmente el castigo (“La letra con sangre entra”) y la extorsión moral (“Si no se comporta como debe se va para el infierno”). Este tipo de educación era el que Freud criticaba como inoportuna e ininteligentemente severa. Hoy, los ideales culturales han llevado a que padres y maestros se ubiquen en una posición totalmente contraria, y entonces, cualquier método educativo que traiga consigo algo de displacer para el niño es tachado de antipedagógico. El efecto de esto en las nuevas generaciones no se ha hecho esperar: niños y jóvenes que tienen como ideal ético actuar siempre conforme a lo que les haga sentirse bien. “Energía, te hace gozar todo el día”, es el slogan de una de las emisoras con más audiencia juvenil en Medellín. Ése es un ideal en el cual está la ilusión de poder pasar por el mundo sin perder nada, sin ponerle límite a los impulsos que, dicen ellos, “les nacen naturalmente”, y como lo que está de moda es ser natural, entonces los muchachos finalmente hacen lo que se les da la gana autorizados por dicho ideal.
Pareciera ser que es en esta lógica en la cual crece Sebastián, al lado de unos padres que no permiten que su hijo encuentre un límite en el encuentro con los otros y con el saber. Eso que Freud llama la pulsión perversa y asocial es lo que hace que Sebastián consiga mantener intacto su narcisismo, y entonces, no le dé cabida al encuentro con el otro cultural. Por eso, cuando alguien se presenta ante Sebastián poniéndole límite, y, dice el padre, “hablándole durito, él simplemente se pone a llorar y se va al lado de su mamá”.
Sebastián encontrará más tolerable su encuentro con el conocimiento cuando comience a perder, cuando se le permita acceder al mundo en donde la madre no tiene poder, donde no lo pueda exculpar de sus fallas, cuando su narcisismo se empiece a quebrar.
Al respecto, hay una escena en la cual el padre hace mucho énfasis cuando se le pregunta por Sebastián; la siguiente: padre e hijo van a visitar a la familia paterna, un día en que la madre está trabajando. Allí el niño se cae por unas escaleras y logra quebrarse una mano. Esta situación hace que la relación de pareja se vuelva muy tensa, pues María le reclama diciéndole: “¿pero cómo descuida usted mi tesoro?”. A lo que el padre responde: “¿Y yo qué tengo la culpa? Tener a un niño amarrado es como muy difícil”. Es en ausencia de la madre, cuando el niño está al cuidado de su padre, cuando está en contacto con algo del mundo exterior, que Sebastián se quiebra... la mano. Salir al mundo siempre trae sus riesgos. Esto de haberse quebrado la mano puede llegar a ser significativo en el trabajo posterior con el niño porque de alguna forma uno puede ver que él, a veces, hace una objeción a esa madre que lo quiere completico, sin nada quebrado.
Mi trabajo en esa institución no es ofrecer el dispositivo clínico tal como todo mundo lo conoce; lo que yo hago es ofrecerles a los padres y maestros una lectura de los casos en los cuales la labor pedagógica de alguna forma se encuentra impotente. Por eso entonces la pregunta que sigue es: ¿y qué hacer, desde la familia y la escuela, con este niño que consigue no perder?
Si son ellos quienes van a intervenir, si son ellos quienes finalmente educan al niño, mi trabajo es mostrarles a ese otro Sebastián que no le interesa abrirse al mundo de la escuela, y sobre todo, señalarles qué responsabilidad tienen ellos en la posición del niño. Porque si es verdad que hasta ahora la tónica en que he presentado el caso es mostrando la responsabilidad de Sebastián, también es importante decir que padres y maestros no son entes vacíos; ellos están implicados en la situación y de alguna forma han permitido que ese niño siga viviendo en esa lógica de no perder... a su madre. María dice: “El niño no tiene la culpa de su atraso en el aprendizaje”. Podría uno preguntarse: ¿qué busca ella presentando a Sebastián siempre como un niño libre de culpa en su fracaso escolar? ¿esa madre abnegada que trabaja todo el día para darles todo a sus hijos no tiene nada que ver con la posición de su hijo? José dice: “Cuando mi señora llega a la casa yo dejo que ellos la apapachen como quieran”. Podría uno preguntarse: ¿Por qué José no se ha ganado el amor de su mujer? ¿Por qué deja que ella lo borre como padre y como hombre? Y la maestra: “Es que a mí me duele mucho cuando los niños pierden, se me parte el alma... qué pecado de Sebastián”. ¿Qué de ella está poniendo en juego cuando le cuesta escribir en el boletín una nota que dé cuenta de lo que pierde Sebastián? ¿Su posición materna?
Mientras padres y maestros sigan en la lógica en la cual actuar pedagógicamente es hacer todo lo posible para que Sebastián no sufra, para que no le duela nada, para que no se le quiebre nada, el niño seguirá gozando en este lugar; y quién sabe hasta cuándo, pues quienes trabajamos en educación sabemos que el Ministerio de Educación Nacional también está en esta dinámica en la cual, ojalá nadie pierda. Y entonces los niños pasan por toda la primaria y el bachillerato sin que nadie los quiebre un poquito.
A manera de epílogo: lo que se gana cuando se pierde
Esta historia no tiene un final aún. Sebastián sigue a la fecha de este escrito en el Centro Educativo, y en ese período académico perdió casi todas las materias. La maestra le señaló al niño y a la madre que de seguir así, podría perder el año. Incluso hubo una decisión muy clara: si ella veía que la tarea la hacía María y no Sebastián, sería asumida como una tarea no hecha, con su consiguiente mala nota. No creo en la magia pero sí en los efectos subjetivos que tiene una intervención avisada de la lógica interna en la cual se mueve un sujeto. La profesora, semanas después de su intervención, dice: “Sebastián ha cambiado hasta en la manera de sentarse. Ahora lo hace con la atención puesta en la clase”. Pareciera ser que el malestar que le propinó su maestra al evaluarlo con tantos insuficientes, lo hubieran despertado del letargo en el que estaba. Incluso, añade, “ha sido capaz de relacionarse más con sus compañeros de clase que lo tenían siempre como rechazado”.
Sebastián perdió muchos logros en ese primer período, pero parece que comenzó a ganar algo: el deseo de saber.
Ahora sí puedo entender al doctor Maturana cuando dice: “Perder es ganar un poco”.
BIBLIOGRAFIA
- Freud, Sigmund. El interés por el psicoanálisis. Obras Completas. Volumen XIII. Editorial Amorrortu. Buenos Aires, 1979.
- Cortés, Marlon. Sobre la psicología del colegial...o una teoría freudiana sobre el maestro como sujeto. En: Cuadernos Pedagógicos. Número 26. Diciembre, 2005. Editorial Universidad de Antioquia.
(Texto publicado en el libro: El niño hoy. Transtornos y exclusión. Editorial Corporación Ser Especial. 2006.)
lunes, 15 de junio de 2009
martes, 9 de junio de 2009
Los jóvenes de hoy
ALGUNAS PROBLEMÁTICAS DE
LOS JÓVENES DE HOY
-¡Un goce completo!-
Por: Marlon Cortés
El contacto directo con los muchachos del colegio nos ha permitido tener una visión de lo que en sus vidas es problemático. Esto nos ayudará a pensar mejores modos de intervención que favorezcan el paso de los muchachos por esa adolescencia que, contemporáneamente, se vive de una manera tan caótica en una clara oposición a los órdenes establecidos por el mundo adulto.
“Hay que disfrutar la vida”, es el imperativo con el que los jóvenes de hoy se enfrentan al mundo. Por eso cualquier cosa que les suene a “obligación”, “deber”, “compromiso”, es visto como algo que viene a irrumpir el orden que ellos pretenden implantar. De ahí que, por ejemplo, la percepción que ellos tienen del colegio es muy particular; dicen: “Es el lugar en el que nos encontramos con nuestros amigos”. El colegio no es, para nada, un lugar de estudio, de formación, sino el lugar en el que se encuentran con sus “parceros”, con sus primeros amores, con sus barras, y a veces, tristemente, con sus bandas; por lo tanto, los salones de clase se convierten en el “salón de belleza”, el lugar para la broma, el chiste, la burla, la “tomadura del pelo”, etc. ¿A qué van muchos niños y jóvenes de hoy al colegio? A gozar. Tal como lo dice una de las emisoras más escuchadas por ellos: “Energía, te hace gozar todo el día”.
En este punto es necesario tener claro que el colegio es uno de los espacios en los que ellos habitan y convierten en una “gozadera”. Un espacio entre todos los que ellos están. La familia es un lugar aburridor porque es donde les limitan la vida; los fines de semana son los días en los que viven a plenitud lo que ellos llaman “la juventud”, pues es el momento de la rumba, del baile, del sexo, de la droga; Dios es un ser que, en tanto que significa “mandamiento”, será guardado en el baúl de los recuerdos; las relaciones interpersonales se construyen teniendo como norte esa misma “gozadera” incluso pasando por encima de aquellos compañeros que se muestran débiles; la sexualidad es una dimensión de la vida para el puro placer desmedido a pesar de saber de los riesgos que se toman frente a las enfermedades de transmisión sexual y el embarazo; y las drogas, ni se diga: productos con los que buscan realizar un goce medio autista donde no sea necesario el lazo con el otro.
Son muchas las dimensiones en las que se mueven los muchachos, pero el eje que articula su existencia lo podríamos nombrar como: “seres para el goce”. A continuación, se hará una descripción por algunos de los tópicos en los cuales los muchachos de hoy viven ese imperativo que la contemporaneidad les hace.
1. El estudio.
Este punto es el que para nosotros los adultos se hace más evidente el imperativo al goce. Pareciera ser que ellos tienen varias premisas bien claras: si me divierto, aprendo; si no, no. De ahí que los profesores se ven llenos de peticiones de parte de los muchachos del siguiente estilo: “profe, pónganos una película”, “profe, por qué no damos la clase en el patio”, “profe, hagamos una dinámica”, “profe, ¿y mañana hay que venir al colegio?”, “profe, ¿y hay que leer todo eso?”, etc. Peticiones todas que apuntan a que el maestro se convierta en un personaje más que les ofrezca diversión. Algunos maestros caen en ese juego y entonces llegan al punto de dejar su lugar de maestros, y a ubicarse como “uno más” en el salón que juzga lo bueno o malo de su clase si fue capaz de divertir a los muchachos. ¿La apropiación que el ser humano en toda su historia ha hecho de la ciencia ha estado atravesada por la diversión? Lo dudo. Este punto es el que hace especialmente problemático la relación del adolescente con el saber: el esfuerzo que implica conocer en serio alguna parte del edificio conceptual que el ser humano ha construido en toda su historia. Algún programa de televisión en Teleantioquia tiene como slogan: “También se puede aprender divirtiéndose”. Yo no sé si a eso le podríamos llamar aprender; satisfacer la curiosidad, sí se puede hacer de una manera divertida. Por eso en ese programa pasan de un tema a otro, y a otro, y a otro; eso sí se puede hacer de una manera divertida. Lo que pasa es que en la escuela, el objetivo no es satisfacer simplemente la curiosidad. Para apropiarse del saber es necesario un trabajo serio, y esto, precisamente, es lo que nos cuesta transmitirles a los muchachos. Los medios de comunicación no ayudan mucho a esto. Y creo que no tendrían por qué hacerlo, pues su razón de ser no es la educación. Lo grave sería si las escuelas renuncian a transmitir la seriedad que implica transmitir un deseo de saber.
Contrario a esto, la relación particular que tienen estos muchachos con el saber la podríamos nombrar como una completa “pasión por la ignorancia”. Pero no la ignorancia socrática, sino la ignorancia que se muestra en un empuje interno muy decidido a no aprender, a no tener gusto por las ciencias, las matemáticas, la filosofía, etc. Con esto se llega a extremos tales que, pareciera ser que el alumno más “maqueta”, muchas veces se convierte en el líder del salón; y la ignorancia, en el valor que todos han de cultivar, pues los “nerdos” huelen a adultez, y los adultos, mientras más lejos, mejor. De hecho, en uno de los programas de radio que más se escuchaba el año pasado en Medellín, se autodenominan de la siguiente forma: “Somos la piel de la imbecilidad”. Esto, parodiando al programa de Julio Sánchez Cristo, cuyo slogan es: “Somos la piel original”.
A este punto de cultivo de la ignorancia se le añade la situación de desempleo de nuestro país. Encontramos a muchos jóvenes diciendo: “¿Y para qué voy a estudiar si los profesionales en este país no están encontrando empleo? Yo estoy esperando a graduarme, sacar la libreta militar y buscar un trabajo en una empresa”. La percepción que ellos tienen de la situación de desempleo del país les hace pensar que no tiene sentido estudiar, pues eso “no da plata”, y entonces, hay que conseguirla por otro lado; mientras más se pueda evitar el encuentro con el saber, mucho mejor. ¿Para qué aprender filosofía si los ideales que tienen es trabajar como empleado en una empresa como obrero? ¿Para qué aprender matemáticas si el ideal está en irse para Estados Unidos a trabajar como mesero? ¿Para qué estudiar química si el papá les va a dejar el taxi para que lo trabajen? Éstas son algunas de las preguntas que se están haciendo los jóvenes de hoy. Parece que en su mundo está en desuso la palabra “sabiduría”.
2. El fin de semana.
Los días más aburridores de la semana son: lunes (cuando no es festivo), martes y miércoles. De resto, todos tienen olor a rumba: jueves (que ya se llama juernes), viernes y sábado; y el domingo, pues si no se rumbea, por lo menos para ver los realities de la televisión. Se podría decir que “el fin de semana” tiene más días que los días de estudio, pues son los días en que dejan atrás el mundo de los adultos, de los deberes, y se entregan, algunos sin límite, al placer que ofrece la ciudad nocturna. El fin de semana son los días en los que se es feliz si se tiene la fortuna de tener padres que piensan que a los muchachos hay que dejarlos que decidan sus cosas, que se diviertan, que vivan la juventud que ellos no pudieron vivir.
Paradójicamente, el fin de semana son los días en los cuales suceden los excesos que después hay que lamentar: embarazos, adicciones a drogas, alcohol, carreras de carros nocturnas, experiencias sexuales prematuras, peleas entre bandas, etc. El fin de semana se ha convertido para nuestros muchachos en los días en los cuales más viven su juventud, y a la vez los días en que más se encuentran con las realidades más dolorosas de la existencia. ¿Por qué? Podríamos intentar pensar una hipótesis: son los días en los cuales la ley pareciera desaparecer de sus vidas con más intensidad. Ellos tienen grabado hasta en lo más íntimo de su ser que la vida es para gozársela; el fin de semana realizan este sueño, no sin consecuencias cuando se llegan a extremos. Si hace algunos años todos los productos de la consumo eran “ligeros”, ahora todos son “extremos”. Extremos los deportes, el sexo, la comida, el yogur, los cereales, el internet, los riesgos, la velocidad, la rumba, etc. Y después nos preguntamos por qué los muchachos le huyen al ritmo lento de la vida cotidiana.
3. El sexo
La adolescencia, en muchas culturas, y especialmente en la nuestra, ha sido designada como la época del despertar sexual. Contemporáneamente esto ha tenido un viraje del cual necesitamos estar avisados: la adolescencia cada vez abarca más tiempo en la vida de una persona. Y no sólo porque nos encontramos con adultos viviendo cual adolescentes, sino por los niños de 7, 8 y 9 años que ya han comenzado a vivir la adolescencia. Y no sólo por las ropas y el modo de vida, sino, incluso, por la aparición cada vez más rápido de lo que la medicina llama los cambios sexuales secundarios: el vello púbico, el vello en las axilas, la menarquia en las niñas, la primera polución en los niños, el cambio de voz, etc. Para un niño que tiene 8 años, es casi un insulto que le digan “niño”. Hace 30 ó 40 años las niñas se vestían con vestido de boleros, cual muñequitas; hoy, los descaderados, las minifaldas, los top no son exclusivos de las muchachas de 14 y 15 años. Y los muchachos no se quedan atrás con sus vestimentas y peinados que responden a nuestra época donde lo erótico siempre está al orden del día. Esto, claro, viene acompañado con que la primera relación sexual cada vez se tiene con menos edad. Estos niños, impulsados por el imperativo cultural que plantea que la adolescencia y juventud son las únicas etapas en las que se es feliz, dan un salto mortal y rápidamente entran en la lógica adolescente donde la “vida buena”, la rumba y el sexo son el norte de la existencia.
Concretamente en nuestro país es muy particular el éxito que, especialmente entre los niños, tiene la serie de televisión: “Rebelde”. Dicha serie muestra la vida de un grupo de adolescentes en los cuales la autoridad, la norma, el deber, no tienen ningún lugar: profesores que se enredan afectivamente con sus alumnas, jovencitos que no se dejan mandar por nadie, noviazgos fugaces que lo único que dejan en el corazón de los muchachos es más amargura, etc. Recordemos el coro famoso que está en la boca, las mentes y los corazones de los niños, hoy:
“Y soy rebelde
cuando no sigo a los demás
y soy rebelde
cuando te quiero hasta rabiar
y soy rebelde
cuando no pienso igual que ayer
y soy rebelde
cuando me juego hasta la piel
si, soy rebelde
es que quizás nadie me conoce bien”.
Efectivamente, esta serie es un espejo de lo que viven los adolescentes en la actualidad. Y con ella, ocurre algo muy particular: la gran mayoría de telespectadores son los niños de 4, 5, 6 años. Y para terminar de ajustar, los adultos nos reímos por “lo hermoso que la cantan”. Alguien se podría preguntar si esta serie es dañina para los niños; la respuesta es: NO. El problema central no está en las series de televisión que ven nuestros niños. “Rebelde” no es más sino la expresión de lo que ya viven en los colegios, en las familias. El problema central no es la televisión, sino el estilo de vida que les estamos ofreciendo a nuestros niños; un estilo de vida en el cual la niñez es una etapa de la vida que pareciera estar borrada de nuestras mentes. ¿Qué ideales de vida les estamos ofreciendo a los niños en las casas? ¿Un ideal donde pasar bueno es la felicidad?
En una primera mirada uno podría decir que los padres no quieren que sus hijos sean adolescentes, pues es una etapa difícil donde los muchachos se vuelven incontrolables. Pero si uno mira más despacio, se encuentra con que los ideales de los adolescentes no se alejan mucho de los ideales adultos; la diferencia radica en que ellos los pueden realizar, y los adultos no. ¿Cuál es el máximo ideal de felicidad de un adulto? No tener que trabajar y tener dinero para gastar con los objetos de los que se goza. Pues bien, eso es lo que se realiza en la adolescencia: le huyen a todo lo que tenga que ver con esfuerzo, y todo el dinero que llega a sus manos es para el disfrute.
Un ejemplo claro de esto es la manera como los adultos llevamos nuestra sexualidad: una serie casi inacabable de infidelidades, de encuentros furtivos, de relaciones sin compromiso, matrimonios desechables, en fin, lo que los niños y jóvenes ven de la vida sexual de los adultos es lo que finalmente terminan realizando en su propia vida. Y si no, ¿por qué el éxito del reggaeton entre niños y adultos? Es algo evidente que este género musical (que me perdonen los músicos si me equivoco en llamarlo de este modo) ha puesto en la escena social algo que estaba escondido: las relaciones sexuales prematuras. Y entonces nos encontramos con que algo que estaba reservado para la intimidad, se grita, se canta a los cuatro vientos:
“Esta noche es de travesuras...
(Esta noche hazme travesuras...)
Te vo'a devorar en la noche oscura...
(Esta noche hazme travesuras...)
Tú estas cucando mi calentura...
(Esta noche hazme travesuras...)
Y te vo'a devorar, mami, cuenta y jura...
(Esta noche hazme travesuras...)”
Y, dizque para que no los vean tan poco formativos, a Daddy Yankee, uno de los cantantes de reggaeton más famoso, le da por decir, que los niños deben escuchar su música en compañía de adultos responsables. ¿Qué podrá responder un adulto cuando un niño de 8 años le pregunta qué significa “tú estás cucando mi calentura”? No lo sé.
4. La familia
En los años 90, no sé si recuerdan una noticia a la que se le dio mucho boom en Teleantioquia: un colegio de la ciudad estaba teniendo en cuenta para elegir a sus alumnos si sus familias estaban constituidas o no. Ellos preferían alumnos que vivieran con sus padres en lo que se llamó hasta hace muy poco la familia nuclear: Papá, mamá e hijos. De alguna forma ya se estaba evidenciando la mutación familiar que hoy ya es evidente: la familia ya no está conformada por el papá, la mamá y los hijos, sino de múltiples formas. Esto nos lo muestra un libro que surgió de una investigación en la Universidad de Antioquia que se titula: “Los tuyos, los míos y los nuestros”, haciendo referencia a una nueva forma de constitución familiar en la cual cada uno de la pareja trae sus hijos propios, para luego tener los hijos en común. Ya no existe una sola manera de conformar la familia. Los muchachos de hoy son producto de esta invención de la contemporaneidad.
Pero es necesario tener claro que esto no es problemático en sí mismo. Es decir, el hecho de que un niño viva en una familia de las que antes se llamaba nuclear, no es garantía de que dicho niño reciba una buena educación. La buena educación no es una consecuencia directa de vivir en una familia conformada por papá, mamá e hijos. Lo que no quiere decir que la familia contemporánea no sea un problema. Es problemática, pero dicho problema no radica en que nuestros muchachos ya no vivan, en la mayoría de los casos, con sus padres biológicos. Lo problemático es que en las familias, quien se encarga de la educación de los hijos, está encartado. Los encargados están encartados porque ser padres ya no es un ideal cultural. “Quiero tener hijos”, es una frase que cada vez se escucha menos. Y entonces, cuando llegan, este acontecimiento se lee como un accidente; aunque haya muy buenas intenciones, los hijos son capaces de leer el encarte en el que se meten sus padres cuando los traen al mundo. Y esta lectura que hacen los hijos, fácilmente se manifiesta en los niños en algo sintomático: una hiperactividad, una psicosis, un fracaso escolar, una inhibición, etc. Ante dicho síntoma, la respuesta de los padres es muy clara: llevemos a este niño a la escuela, a donde el psicólogo, a donde el psicoanalista, etc. Cuando se estudia y se trata un caso a fondo es difícil encontrar que los padres reconozcan que el síntoma de su hijo habla de ellos. Lo que hace que una labor educativa o psicológica con los muchachos sea muy difícil.
La queja de los muchachos en relación a su familia es constante: “no nos comprenden”. Y entonces el sentimiento que aparece como consecuencia de esta incomprensión es la soledad; y esta soledad se convierte fácilmente en una depresión que hace que los muchachos no rindan en el ámbito escolar. ¿Cómo se manifiesta dicha incomprensión en los muchachos? En las demandas constantes y fuertes que les hacen a sus padres para que hagan lo que se les pide: salir hasta altas horas de la noche, dinero para los fines de semana, ropa, comodidades, etc. Y entonces el hogar se convierte en un campo de batalla donde nadie gana y, por lo tanto, todos pierden. Una lectura fina de todo lo que los muchachos les piden a sus padres llega a comprender que lo que realmente están haciendo es un llamado a que sus padres se comporten como tales, como norte, como personas que guían, no con la cantaleta, sino con su propia vida. Este lugar de norte, de faro, es precisamente, el lugar que los padres han ido abandonando cada vez más, incluso, no porque concientemente quieran dejar este lugar, sino porque ellos mismos no tienen claro cuál es su norte en la vida, y entonces, no tienen qué transmitirles a sus hijos.
5. Dios.
En esta misma lógica en la cual la función paterna va perdiendo su lugar, es que se evidencia un extremo ateísmo. No como posición intelectual, sino como algo vital. ¿Qué o quién es Dios para los muchachos? Es un ser supuestamente superior al que se le reza de manera exclusiva en los bautizos, matrimonios, y entierros. Es una figura que, incluso, se le podría catalogar de bella pero que mientras menos tenga que ver con la propia vida, mejor. Algunos, alcanzan a decir que es alguien que los ama siempre; lo que da cuenta de la maternalización que ha sufrido la imagen de Dios en la contemporaneidad. Pero si se les presenta una imagen de Dios articulada con aquella realidad que muestra lo imprescindible del límite en las cuestiones humanas, es decir, como algo o alquien que busca ponerle un freno al goce que ellos viven como imperativo, simplemente se guarda en el baúl de las cosas olvidadas, y punto. Se le reza algunos domingos, se le piden cosas cuando están en momentos difíciles, pero hasta ahí. Dios, para ellos, no es un padre que indica modelos éticos de vida; en el mejor de los casos, es como una madre que los ama tal cual son.
6. Las drogas.
La adolescencia es un momento muy favorable para comenzar el camino de las drogas. Y esto, por una razón muy clara: es un momento lógico caracterizado por la egolatría, por el no querer entrar a hacer lazo con lo social, buscando así todas las formas posibles de gozar individualmente. La droga es problemática en la contemporaneidad, de la misma forma como la masturbación lo fue, digamos, finalizando el siglo XIX o iniciando el siglo XX. Hoy, la masturbación no está vista como un problema. El consumo de psicoactivos sí; pero, de alguna forma, podríamos decir, es el mismo problema con una manifestación distinta.
¿Cuál es el problema? La droga es problemática en tanto que responde al deseo de aislamiento del sujeto en un goce medio autista en el cual el lazo con lo social se rompe. Recordemos que el rasgo fundamental del autismo es la ausencia de lazo con los otros. Por eso a la droga se le llama “quitapenas”, y los muchachos hablan de ella como un “viaje”. Dicen: “peguémonos un viaje”. Las dos expresiones hablan de que el encuentro con la realidad es problemática, y la manera de resolver dicho problema es yéndose de este mundo. Los muchachos se están viendo sin herramientas con las cuales afrontar la realidad problemática que supone la existencia. Alguien podría decir: es que vivir en Colombia es muy difícil. Sí. Es verdad. Es difícil. Pero la única manera de asumir lo difícil no es huyendo. Hay muchos que la asumen trabajando, pintando, leyendo, e incluso, yéndose del país. La realidad externa es complicada para todo mundo, pero hay muchas vías posibles para arreglárselas con ella. La labor de padres y maestros es, precisamente, ofrecer esas vías alternas.
7. A pesar de todo, nada pasa.
Pero en todo caso, maestros, padres de familia y psicólogos les preguntan a los muchachos si algo les pasa, y la respuesta es unánime: “Nada”. Y entonces alcanzan a tranquilizar a muchos con su semblante de “nada pasa”. Creemos que hay que hacer una lectura más juiciosa de esa “nada” con la que les responden a los adultos cuando les preguntan por si les pasa algo. Tal vez sí les pasa algo: les pasa la “nada”. Muchos de nuestros muchachos están llenos de “nada”; o, dicho de otra forma, muchos de nuestros muchachos están “vacíos”. Ante lo duro de la existencia los muchachos se muestran como “nada”, llenos de bagatelas, de “nada”. Una conversación telefónica ficticia de dos adolescentes nos puede ilustrar la “nada” en la que están inmersos nuestros muchachos:
“Carlos: ¡Alo!, ¿por favor Paola?
Paola: Hola, Carlos, hablás conmigo.
Carlos: Hola, Paola, ¿cómo estás?
Paola: Bien, Carlos, ¿y vos?
Carlos: Pues bien. Ahí descansando.
Paola: ¿Descansando? ¿Descansando de qué?
Carlos: Descansando de descansar……jajajajja. No, mentiras. No. Nada. ¿Y vos qué más? ¿Qué has hecho?
Paola: No, nada. Aquí descansando.
Carlos: Humm…. ¿descansando de descansar?....jajajjaja.
Paola: Tan bobo. De estudiar.
Carlos: ¡Aaah!
(Silencio)
Carlos: ¿Y qué más?
Paola: No, nada. Estudiar un poquito.
Carlos: ¡Ah!, qué bueno.
Paola: Y vos, ¿qué más?
Carlos: ¡Ah!, no, nada.
(Silencio)
Carlos: Bueno. Yo te llamaba para saludarte no más.
Paola: ¡Ah!, bueno. Listo.
Carlos: Listo, Pao, nos hablamos mañana.
Paola: Chao.”
Y mañana se llamarán para decirse nada, el fin de semana se encontrarán, irán a una discoteca a no hablar porque el sonido no los deja, y tendrán sexo pero no se amarán, e irán al colegio para no estudiar… y entonces, “nada” pasa. Cuando un adulto le pregunta a un muchacho qué le pasa y él le responde, “nada”, hay que creerle. La “nada” le está pasando por encima.
8. A manera de epílogo: no hay reglas, pero sí un principio: la Ley.
Lo que se ha dicho hasta ahora es que hay un imperativo que se ha convertido en el eje articulador de la vida de los muchachos: el goce. Les recuerdo el slogan de la emisora de reggaeton: “Energía te hace gozar todo el día”. Ésta es la cuestión medular de la cual hay que hablar entre maestros y padres de familia. Parece ser que hay que transmitirles una cosa distinta. Pero esta cosa distinta no es una multiplicidad de normas. Hay que estar avisados de que en los grupos humanos donde la norma prolifera a la enésima potencia, es donde más se evidencia la ausencia de Ley. Los padres y maestros, en tanto que son sus representantes, han de dirigir todos sus esfuerzos en transmitir dicha Ley, pero no entendida ésta como un no rotundo al goce, sino como regulación. Lo que hace que un automóvil sea maniobrable no es precisamente el acelerador, sino el freno. Cuando se sabe frenar, es posible voltear, parar en un semáforo, parar en la bomba de gasolina, etc. Pero de la misma manera como no hay una norma específica para cada momento en el que se necesita frenar, tampoco hay normas específicas en la educación de los niños y jóvenes. Quien sabe manejar un automóvil sabe que frenar es todo un arte en el sentido de que es necesario saberlo hacer en el momento preciso, pues en todo el viaje aparecerán millones de momentos en los cuales es necesario hacerlo. A uno le pueden enseñar una técnica dependiendo del automóvil que utilice, pero cuando éste esté en movimiento, cuando aparezcan las situaciones particulares en las cuales haya que hacer uso del freno, la técnica se convierte en arte. La idea no es decirle no al goce. La idea es circunscribir el goce en un momento particular, en un lugar particular, con una persona en particular, y de una manera particular.
Ponerle freno al goce como un arte es una cuestión que brilla por su ausencia en los adultos de la contemporaneidad. Le ponemos mayor énfasis al acelerador; por ejemplo, cuando se le hace publicidad a un automóvil se hace hincapié en cuántos segundos puede pasar de 0 km/h a 100 km/h. De la misma manera, hacemos hincapié en transmitirles a los muchachos cuánto podemos gozar, cuánto podemos disfrutar, olvidando así el arte de frenar, el arte de saber que existimos como cultura porque de algún modo hemos sido capaces de esforzarnos para regular nuestro goce. Acelerar es muy fácil y genera un vértigo absolutamente placentero; frenar es de sabios.
Por eso el problema mayor no es que no sepamos ponerles freno a nuestros hijos y alumnos; el problema mayor está en que no sabemos ponerle freno a nuestros propios impulsos. Y entonces, si no sabemos el arte de frenar-nos, no podremos transmitírselo a ellos. Mirando las cosas desde esta perspectiva el centro del problema no son los muchachos realmente, sino nuestra incapacidad de ponernos freno. Y esto se evidencia en el desorden de vida que llevamos los adultos: los matrimonios desechables, los amores efímeros, la falta de formación académica, los gritos en el salón de clases, los castigos indiscriminados de los que son víctimas los niños, los abusos sexuales a los menores de edad, etc.
Cuando un niño se encuentra con un adulto experto en el arte de frenar, él mismo se va convirtiendo en un artista donde la obra mayor será su propia vida. Y entonces aprenderá a disfrutar del conocimiento, del respeto, del deporte, de las relaciones fraternas, del amor. El ser humano no viene cargado de una manera innata de los valores que lo hacen llamar como tal. Ser humano es algo que se conquista, pero siempre con la ayuda de alguien que ya lo sea. Los medios de comunicación, las discotecas, los amigos, sirven para el goce que finalmente es inevitable en la vida de todo ser humano. La cuestión es que padres y maestros no tenemos por qué robarles su misión. Nosotros estamos hechos para representar, no el goce, sino la Ley, es decir, la regulación del mismo. Cuando esto sucede nos encontramos con niños artistas, deportistas, respetuosos, amantes de las ciencias, es decir, con niños que encuentran que en la cultura también se le da cabida a las cosas hechas por amor, por deseo; y esto, también tiene una cuota de placer. No extremo, como lo proclama la contemporaneidad, pero sí un placer que los y nos hace más humanos.
LOS JÓVENES DE HOY
-¡Un goce completo!-
Por: Marlon Cortés
El contacto directo con los muchachos del colegio nos ha permitido tener una visión de lo que en sus vidas es problemático. Esto nos ayudará a pensar mejores modos de intervención que favorezcan el paso de los muchachos por esa adolescencia que, contemporáneamente, se vive de una manera tan caótica en una clara oposición a los órdenes establecidos por el mundo adulto.
“Hay que disfrutar la vida”, es el imperativo con el que los jóvenes de hoy se enfrentan al mundo. Por eso cualquier cosa que les suene a “obligación”, “deber”, “compromiso”, es visto como algo que viene a irrumpir el orden que ellos pretenden implantar. De ahí que, por ejemplo, la percepción que ellos tienen del colegio es muy particular; dicen: “Es el lugar en el que nos encontramos con nuestros amigos”. El colegio no es, para nada, un lugar de estudio, de formación, sino el lugar en el que se encuentran con sus “parceros”, con sus primeros amores, con sus barras, y a veces, tristemente, con sus bandas; por lo tanto, los salones de clase se convierten en el “salón de belleza”, el lugar para la broma, el chiste, la burla, la “tomadura del pelo”, etc. ¿A qué van muchos niños y jóvenes de hoy al colegio? A gozar. Tal como lo dice una de las emisoras más escuchadas por ellos: “Energía, te hace gozar todo el día”.
En este punto es necesario tener claro que el colegio es uno de los espacios en los que ellos habitan y convierten en una “gozadera”. Un espacio entre todos los que ellos están. La familia es un lugar aburridor porque es donde les limitan la vida; los fines de semana son los días en los que viven a plenitud lo que ellos llaman “la juventud”, pues es el momento de la rumba, del baile, del sexo, de la droga; Dios es un ser que, en tanto que significa “mandamiento”, será guardado en el baúl de los recuerdos; las relaciones interpersonales se construyen teniendo como norte esa misma “gozadera” incluso pasando por encima de aquellos compañeros que se muestran débiles; la sexualidad es una dimensión de la vida para el puro placer desmedido a pesar de saber de los riesgos que se toman frente a las enfermedades de transmisión sexual y el embarazo; y las drogas, ni se diga: productos con los que buscan realizar un goce medio autista donde no sea necesario el lazo con el otro.
Son muchas las dimensiones en las que se mueven los muchachos, pero el eje que articula su existencia lo podríamos nombrar como: “seres para el goce”. A continuación, se hará una descripción por algunos de los tópicos en los cuales los muchachos de hoy viven ese imperativo que la contemporaneidad les hace.
1. El estudio.
Este punto es el que para nosotros los adultos se hace más evidente el imperativo al goce. Pareciera ser que ellos tienen varias premisas bien claras: si me divierto, aprendo; si no, no. De ahí que los profesores se ven llenos de peticiones de parte de los muchachos del siguiente estilo: “profe, pónganos una película”, “profe, por qué no damos la clase en el patio”, “profe, hagamos una dinámica”, “profe, ¿y mañana hay que venir al colegio?”, “profe, ¿y hay que leer todo eso?”, etc. Peticiones todas que apuntan a que el maestro se convierta en un personaje más que les ofrezca diversión. Algunos maestros caen en ese juego y entonces llegan al punto de dejar su lugar de maestros, y a ubicarse como “uno más” en el salón que juzga lo bueno o malo de su clase si fue capaz de divertir a los muchachos. ¿La apropiación que el ser humano en toda su historia ha hecho de la ciencia ha estado atravesada por la diversión? Lo dudo. Este punto es el que hace especialmente problemático la relación del adolescente con el saber: el esfuerzo que implica conocer en serio alguna parte del edificio conceptual que el ser humano ha construido en toda su historia. Algún programa de televisión en Teleantioquia tiene como slogan: “También se puede aprender divirtiéndose”. Yo no sé si a eso le podríamos llamar aprender; satisfacer la curiosidad, sí se puede hacer de una manera divertida. Por eso en ese programa pasan de un tema a otro, y a otro, y a otro; eso sí se puede hacer de una manera divertida. Lo que pasa es que en la escuela, el objetivo no es satisfacer simplemente la curiosidad. Para apropiarse del saber es necesario un trabajo serio, y esto, precisamente, es lo que nos cuesta transmitirles a los muchachos. Los medios de comunicación no ayudan mucho a esto. Y creo que no tendrían por qué hacerlo, pues su razón de ser no es la educación. Lo grave sería si las escuelas renuncian a transmitir la seriedad que implica transmitir un deseo de saber.
Contrario a esto, la relación particular que tienen estos muchachos con el saber la podríamos nombrar como una completa “pasión por la ignorancia”. Pero no la ignorancia socrática, sino la ignorancia que se muestra en un empuje interno muy decidido a no aprender, a no tener gusto por las ciencias, las matemáticas, la filosofía, etc. Con esto se llega a extremos tales que, pareciera ser que el alumno más “maqueta”, muchas veces se convierte en el líder del salón; y la ignorancia, en el valor que todos han de cultivar, pues los “nerdos” huelen a adultez, y los adultos, mientras más lejos, mejor. De hecho, en uno de los programas de radio que más se escuchaba el año pasado en Medellín, se autodenominan de la siguiente forma: “Somos la piel de la imbecilidad”. Esto, parodiando al programa de Julio Sánchez Cristo, cuyo slogan es: “Somos la piel original”.
A este punto de cultivo de la ignorancia se le añade la situación de desempleo de nuestro país. Encontramos a muchos jóvenes diciendo: “¿Y para qué voy a estudiar si los profesionales en este país no están encontrando empleo? Yo estoy esperando a graduarme, sacar la libreta militar y buscar un trabajo en una empresa”. La percepción que ellos tienen de la situación de desempleo del país les hace pensar que no tiene sentido estudiar, pues eso “no da plata”, y entonces, hay que conseguirla por otro lado; mientras más se pueda evitar el encuentro con el saber, mucho mejor. ¿Para qué aprender filosofía si los ideales que tienen es trabajar como empleado en una empresa como obrero? ¿Para qué aprender matemáticas si el ideal está en irse para Estados Unidos a trabajar como mesero? ¿Para qué estudiar química si el papá les va a dejar el taxi para que lo trabajen? Éstas son algunas de las preguntas que se están haciendo los jóvenes de hoy. Parece que en su mundo está en desuso la palabra “sabiduría”.
2. El fin de semana.
Los días más aburridores de la semana son: lunes (cuando no es festivo), martes y miércoles. De resto, todos tienen olor a rumba: jueves (que ya se llama juernes), viernes y sábado; y el domingo, pues si no se rumbea, por lo menos para ver los realities de la televisión. Se podría decir que “el fin de semana” tiene más días que los días de estudio, pues son los días en que dejan atrás el mundo de los adultos, de los deberes, y se entregan, algunos sin límite, al placer que ofrece la ciudad nocturna. El fin de semana son los días en los que se es feliz si se tiene la fortuna de tener padres que piensan que a los muchachos hay que dejarlos que decidan sus cosas, que se diviertan, que vivan la juventud que ellos no pudieron vivir.
Paradójicamente, el fin de semana son los días en los cuales suceden los excesos que después hay que lamentar: embarazos, adicciones a drogas, alcohol, carreras de carros nocturnas, experiencias sexuales prematuras, peleas entre bandas, etc. El fin de semana se ha convertido para nuestros muchachos en los días en los cuales más viven su juventud, y a la vez los días en que más se encuentran con las realidades más dolorosas de la existencia. ¿Por qué? Podríamos intentar pensar una hipótesis: son los días en los cuales la ley pareciera desaparecer de sus vidas con más intensidad. Ellos tienen grabado hasta en lo más íntimo de su ser que la vida es para gozársela; el fin de semana realizan este sueño, no sin consecuencias cuando se llegan a extremos. Si hace algunos años todos los productos de la consumo eran “ligeros”, ahora todos son “extremos”. Extremos los deportes, el sexo, la comida, el yogur, los cereales, el internet, los riesgos, la velocidad, la rumba, etc. Y después nos preguntamos por qué los muchachos le huyen al ritmo lento de la vida cotidiana.
3. El sexo
La adolescencia, en muchas culturas, y especialmente en la nuestra, ha sido designada como la época del despertar sexual. Contemporáneamente esto ha tenido un viraje del cual necesitamos estar avisados: la adolescencia cada vez abarca más tiempo en la vida de una persona. Y no sólo porque nos encontramos con adultos viviendo cual adolescentes, sino por los niños de 7, 8 y 9 años que ya han comenzado a vivir la adolescencia. Y no sólo por las ropas y el modo de vida, sino, incluso, por la aparición cada vez más rápido de lo que la medicina llama los cambios sexuales secundarios: el vello púbico, el vello en las axilas, la menarquia en las niñas, la primera polución en los niños, el cambio de voz, etc. Para un niño que tiene 8 años, es casi un insulto que le digan “niño”. Hace 30 ó 40 años las niñas se vestían con vestido de boleros, cual muñequitas; hoy, los descaderados, las minifaldas, los top no son exclusivos de las muchachas de 14 y 15 años. Y los muchachos no se quedan atrás con sus vestimentas y peinados que responden a nuestra época donde lo erótico siempre está al orden del día. Esto, claro, viene acompañado con que la primera relación sexual cada vez se tiene con menos edad. Estos niños, impulsados por el imperativo cultural que plantea que la adolescencia y juventud son las únicas etapas en las que se es feliz, dan un salto mortal y rápidamente entran en la lógica adolescente donde la “vida buena”, la rumba y el sexo son el norte de la existencia.
Concretamente en nuestro país es muy particular el éxito que, especialmente entre los niños, tiene la serie de televisión: “Rebelde”. Dicha serie muestra la vida de un grupo de adolescentes en los cuales la autoridad, la norma, el deber, no tienen ningún lugar: profesores que se enredan afectivamente con sus alumnas, jovencitos que no se dejan mandar por nadie, noviazgos fugaces que lo único que dejan en el corazón de los muchachos es más amargura, etc. Recordemos el coro famoso que está en la boca, las mentes y los corazones de los niños, hoy:
“Y soy rebelde
cuando no sigo a los demás
y soy rebelde
cuando te quiero hasta rabiar
y soy rebelde
cuando no pienso igual que ayer
y soy rebelde
cuando me juego hasta la piel
si, soy rebelde
es que quizás nadie me conoce bien”.
Efectivamente, esta serie es un espejo de lo que viven los adolescentes en la actualidad. Y con ella, ocurre algo muy particular: la gran mayoría de telespectadores son los niños de 4, 5, 6 años. Y para terminar de ajustar, los adultos nos reímos por “lo hermoso que la cantan”. Alguien se podría preguntar si esta serie es dañina para los niños; la respuesta es: NO. El problema central no está en las series de televisión que ven nuestros niños. “Rebelde” no es más sino la expresión de lo que ya viven en los colegios, en las familias. El problema central no es la televisión, sino el estilo de vida que les estamos ofreciendo a nuestros niños; un estilo de vida en el cual la niñez es una etapa de la vida que pareciera estar borrada de nuestras mentes. ¿Qué ideales de vida les estamos ofreciendo a los niños en las casas? ¿Un ideal donde pasar bueno es la felicidad?
En una primera mirada uno podría decir que los padres no quieren que sus hijos sean adolescentes, pues es una etapa difícil donde los muchachos se vuelven incontrolables. Pero si uno mira más despacio, se encuentra con que los ideales de los adolescentes no se alejan mucho de los ideales adultos; la diferencia radica en que ellos los pueden realizar, y los adultos no. ¿Cuál es el máximo ideal de felicidad de un adulto? No tener que trabajar y tener dinero para gastar con los objetos de los que se goza. Pues bien, eso es lo que se realiza en la adolescencia: le huyen a todo lo que tenga que ver con esfuerzo, y todo el dinero que llega a sus manos es para el disfrute.
Un ejemplo claro de esto es la manera como los adultos llevamos nuestra sexualidad: una serie casi inacabable de infidelidades, de encuentros furtivos, de relaciones sin compromiso, matrimonios desechables, en fin, lo que los niños y jóvenes ven de la vida sexual de los adultos es lo que finalmente terminan realizando en su propia vida. Y si no, ¿por qué el éxito del reggaeton entre niños y adultos? Es algo evidente que este género musical (que me perdonen los músicos si me equivoco en llamarlo de este modo) ha puesto en la escena social algo que estaba escondido: las relaciones sexuales prematuras. Y entonces nos encontramos con que algo que estaba reservado para la intimidad, se grita, se canta a los cuatro vientos:
“Esta noche es de travesuras...
(Esta noche hazme travesuras...)
Te vo'a devorar en la noche oscura...
(Esta noche hazme travesuras...)
Tú estas cucando mi calentura...
(Esta noche hazme travesuras...)
Y te vo'a devorar, mami, cuenta y jura...
(Esta noche hazme travesuras...)”
Y, dizque para que no los vean tan poco formativos, a Daddy Yankee, uno de los cantantes de reggaeton más famoso, le da por decir, que los niños deben escuchar su música en compañía de adultos responsables. ¿Qué podrá responder un adulto cuando un niño de 8 años le pregunta qué significa “tú estás cucando mi calentura”? No lo sé.
4. La familia
En los años 90, no sé si recuerdan una noticia a la que se le dio mucho boom en Teleantioquia: un colegio de la ciudad estaba teniendo en cuenta para elegir a sus alumnos si sus familias estaban constituidas o no. Ellos preferían alumnos que vivieran con sus padres en lo que se llamó hasta hace muy poco la familia nuclear: Papá, mamá e hijos. De alguna forma ya se estaba evidenciando la mutación familiar que hoy ya es evidente: la familia ya no está conformada por el papá, la mamá y los hijos, sino de múltiples formas. Esto nos lo muestra un libro que surgió de una investigación en la Universidad de Antioquia que se titula: “Los tuyos, los míos y los nuestros”, haciendo referencia a una nueva forma de constitución familiar en la cual cada uno de la pareja trae sus hijos propios, para luego tener los hijos en común. Ya no existe una sola manera de conformar la familia. Los muchachos de hoy son producto de esta invención de la contemporaneidad.
Pero es necesario tener claro que esto no es problemático en sí mismo. Es decir, el hecho de que un niño viva en una familia de las que antes se llamaba nuclear, no es garantía de que dicho niño reciba una buena educación. La buena educación no es una consecuencia directa de vivir en una familia conformada por papá, mamá e hijos. Lo que no quiere decir que la familia contemporánea no sea un problema. Es problemática, pero dicho problema no radica en que nuestros muchachos ya no vivan, en la mayoría de los casos, con sus padres biológicos. Lo problemático es que en las familias, quien se encarga de la educación de los hijos, está encartado. Los encargados están encartados porque ser padres ya no es un ideal cultural. “Quiero tener hijos”, es una frase que cada vez se escucha menos. Y entonces, cuando llegan, este acontecimiento se lee como un accidente; aunque haya muy buenas intenciones, los hijos son capaces de leer el encarte en el que se meten sus padres cuando los traen al mundo. Y esta lectura que hacen los hijos, fácilmente se manifiesta en los niños en algo sintomático: una hiperactividad, una psicosis, un fracaso escolar, una inhibición, etc. Ante dicho síntoma, la respuesta de los padres es muy clara: llevemos a este niño a la escuela, a donde el psicólogo, a donde el psicoanalista, etc. Cuando se estudia y se trata un caso a fondo es difícil encontrar que los padres reconozcan que el síntoma de su hijo habla de ellos. Lo que hace que una labor educativa o psicológica con los muchachos sea muy difícil.
La queja de los muchachos en relación a su familia es constante: “no nos comprenden”. Y entonces el sentimiento que aparece como consecuencia de esta incomprensión es la soledad; y esta soledad se convierte fácilmente en una depresión que hace que los muchachos no rindan en el ámbito escolar. ¿Cómo se manifiesta dicha incomprensión en los muchachos? En las demandas constantes y fuertes que les hacen a sus padres para que hagan lo que se les pide: salir hasta altas horas de la noche, dinero para los fines de semana, ropa, comodidades, etc. Y entonces el hogar se convierte en un campo de batalla donde nadie gana y, por lo tanto, todos pierden. Una lectura fina de todo lo que los muchachos les piden a sus padres llega a comprender que lo que realmente están haciendo es un llamado a que sus padres se comporten como tales, como norte, como personas que guían, no con la cantaleta, sino con su propia vida. Este lugar de norte, de faro, es precisamente, el lugar que los padres han ido abandonando cada vez más, incluso, no porque concientemente quieran dejar este lugar, sino porque ellos mismos no tienen claro cuál es su norte en la vida, y entonces, no tienen qué transmitirles a sus hijos.
5. Dios.
En esta misma lógica en la cual la función paterna va perdiendo su lugar, es que se evidencia un extremo ateísmo. No como posición intelectual, sino como algo vital. ¿Qué o quién es Dios para los muchachos? Es un ser supuestamente superior al que se le reza de manera exclusiva en los bautizos, matrimonios, y entierros. Es una figura que, incluso, se le podría catalogar de bella pero que mientras menos tenga que ver con la propia vida, mejor. Algunos, alcanzan a decir que es alguien que los ama siempre; lo que da cuenta de la maternalización que ha sufrido la imagen de Dios en la contemporaneidad. Pero si se les presenta una imagen de Dios articulada con aquella realidad que muestra lo imprescindible del límite en las cuestiones humanas, es decir, como algo o alquien que busca ponerle un freno al goce que ellos viven como imperativo, simplemente se guarda en el baúl de las cosas olvidadas, y punto. Se le reza algunos domingos, se le piden cosas cuando están en momentos difíciles, pero hasta ahí. Dios, para ellos, no es un padre que indica modelos éticos de vida; en el mejor de los casos, es como una madre que los ama tal cual son.
6. Las drogas.
La adolescencia es un momento muy favorable para comenzar el camino de las drogas. Y esto, por una razón muy clara: es un momento lógico caracterizado por la egolatría, por el no querer entrar a hacer lazo con lo social, buscando así todas las formas posibles de gozar individualmente. La droga es problemática en la contemporaneidad, de la misma forma como la masturbación lo fue, digamos, finalizando el siglo XIX o iniciando el siglo XX. Hoy, la masturbación no está vista como un problema. El consumo de psicoactivos sí; pero, de alguna forma, podríamos decir, es el mismo problema con una manifestación distinta.
¿Cuál es el problema? La droga es problemática en tanto que responde al deseo de aislamiento del sujeto en un goce medio autista en el cual el lazo con lo social se rompe. Recordemos que el rasgo fundamental del autismo es la ausencia de lazo con los otros. Por eso a la droga se le llama “quitapenas”, y los muchachos hablan de ella como un “viaje”. Dicen: “peguémonos un viaje”. Las dos expresiones hablan de que el encuentro con la realidad es problemática, y la manera de resolver dicho problema es yéndose de este mundo. Los muchachos se están viendo sin herramientas con las cuales afrontar la realidad problemática que supone la existencia. Alguien podría decir: es que vivir en Colombia es muy difícil. Sí. Es verdad. Es difícil. Pero la única manera de asumir lo difícil no es huyendo. Hay muchos que la asumen trabajando, pintando, leyendo, e incluso, yéndose del país. La realidad externa es complicada para todo mundo, pero hay muchas vías posibles para arreglárselas con ella. La labor de padres y maestros es, precisamente, ofrecer esas vías alternas.
7. A pesar de todo, nada pasa.
Pero en todo caso, maestros, padres de familia y psicólogos les preguntan a los muchachos si algo les pasa, y la respuesta es unánime: “Nada”. Y entonces alcanzan a tranquilizar a muchos con su semblante de “nada pasa”. Creemos que hay que hacer una lectura más juiciosa de esa “nada” con la que les responden a los adultos cuando les preguntan por si les pasa algo. Tal vez sí les pasa algo: les pasa la “nada”. Muchos de nuestros muchachos están llenos de “nada”; o, dicho de otra forma, muchos de nuestros muchachos están “vacíos”. Ante lo duro de la existencia los muchachos se muestran como “nada”, llenos de bagatelas, de “nada”. Una conversación telefónica ficticia de dos adolescentes nos puede ilustrar la “nada” en la que están inmersos nuestros muchachos:
“Carlos: ¡Alo!, ¿por favor Paola?
Paola: Hola, Carlos, hablás conmigo.
Carlos: Hola, Paola, ¿cómo estás?
Paola: Bien, Carlos, ¿y vos?
Carlos: Pues bien. Ahí descansando.
Paola: ¿Descansando? ¿Descansando de qué?
Carlos: Descansando de descansar……jajajajja. No, mentiras. No. Nada. ¿Y vos qué más? ¿Qué has hecho?
Paola: No, nada. Aquí descansando.
Carlos: Humm…. ¿descansando de descansar?....jajajjaja.
Paola: Tan bobo. De estudiar.
Carlos: ¡Aaah!
(Silencio)
Carlos: ¿Y qué más?
Paola: No, nada. Estudiar un poquito.
Carlos: ¡Ah!, qué bueno.
Paola: Y vos, ¿qué más?
Carlos: ¡Ah!, no, nada.
(Silencio)
Carlos: Bueno. Yo te llamaba para saludarte no más.
Paola: ¡Ah!, bueno. Listo.
Carlos: Listo, Pao, nos hablamos mañana.
Paola: Chao.”
Y mañana se llamarán para decirse nada, el fin de semana se encontrarán, irán a una discoteca a no hablar porque el sonido no los deja, y tendrán sexo pero no se amarán, e irán al colegio para no estudiar… y entonces, “nada” pasa. Cuando un adulto le pregunta a un muchacho qué le pasa y él le responde, “nada”, hay que creerle. La “nada” le está pasando por encima.
8. A manera de epílogo: no hay reglas, pero sí un principio: la Ley.
Lo que se ha dicho hasta ahora es que hay un imperativo que se ha convertido en el eje articulador de la vida de los muchachos: el goce. Les recuerdo el slogan de la emisora de reggaeton: “Energía te hace gozar todo el día”. Ésta es la cuestión medular de la cual hay que hablar entre maestros y padres de familia. Parece ser que hay que transmitirles una cosa distinta. Pero esta cosa distinta no es una multiplicidad de normas. Hay que estar avisados de que en los grupos humanos donde la norma prolifera a la enésima potencia, es donde más se evidencia la ausencia de Ley. Los padres y maestros, en tanto que son sus representantes, han de dirigir todos sus esfuerzos en transmitir dicha Ley, pero no entendida ésta como un no rotundo al goce, sino como regulación. Lo que hace que un automóvil sea maniobrable no es precisamente el acelerador, sino el freno. Cuando se sabe frenar, es posible voltear, parar en un semáforo, parar en la bomba de gasolina, etc. Pero de la misma manera como no hay una norma específica para cada momento en el que se necesita frenar, tampoco hay normas específicas en la educación de los niños y jóvenes. Quien sabe manejar un automóvil sabe que frenar es todo un arte en el sentido de que es necesario saberlo hacer en el momento preciso, pues en todo el viaje aparecerán millones de momentos en los cuales es necesario hacerlo. A uno le pueden enseñar una técnica dependiendo del automóvil que utilice, pero cuando éste esté en movimiento, cuando aparezcan las situaciones particulares en las cuales haya que hacer uso del freno, la técnica se convierte en arte. La idea no es decirle no al goce. La idea es circunscribir el goce en un momento particular, en un lugar particular, con una persona en particular, y de una manera particular.
Ponerle freno al goce como un arte es una cuestión que brilla por su ausencia en los adultos de la contemporaneidad. Le ponemos mayor énfasis al acelerador; por ejemplo, cuando se le hace publicidad a un automóvil se hace hincapié en cuántos segundos puede pasar de 0 km/h a 100 km/h. De la misma manera, hacemos hincapié en transmitirles a los muchachos cuánto podemos gozar, cuánto podemos disfrutar, olvidando así el arte de frenar, el arte de saber que existimos como cultura porque de algún modo hemos sido capaces de esforzarnos para regular nuestro goce. Acelerar es muy fácil y genera un vértigo absolutamente placentero; frenar es de sabios.
Por eso el problema mayor no es que no sepamos ponerles freno a nuestros hijos y alumnos; el problema mayor está en que no sabemos ponerle freno a nuestros propios impulsos. Y entonces, si no sabemos el arte de frenar-nos, no podremos transmitírselo a ellos. Mirando las cosas desde esta perspectiva el centro del problema no son los muchachos realmente, sino nuestra incapacidad de ponernos freno. Y esto se evidencia en el desorden de vida que llevamos los adultos: los matrimonios desechables, los amores efímeros, la falta de formación académica, los gritos en el salón de clases, los castigos indiscriminados de los que son víctimas los niños, los abusos sexuales a los menores de edad, etc.
Cuando un niño se encuentra con un adulto experto en el arte de frenar, él mismo se va convirtiendo en un artista donde la obra mayor será su propia vida. Y entonces aprenderá a disfrutar del conocimiento, del respeto, del deporte, de las relaciones fraternas, del amor. El ser humano no viene cargado de una manera innata de los valores que lo hacen llamar como tal. Ser humano es algo que se conquista, pero siempre con la ayuda de alguien que ya lo sea. Los medios de comunicación, las discotecas, los amigos, sirven para el goce que finalmente es inevitable en la vida de todo ser humano. La cuestión es que padres y maestros no tenemos por qué robarles su misión. Nosotros estamos hechos para representar, no el goce, sino la Ley, es decir, la regulación del mismo. Cuando esto sucede nos encontramos con niños artistas, deportistas, respetuosos, amantes de las ciencias, es decir, con niños que encuentran que en la cultura también se le da cabida a las cosas hechas por amor, por deseo; y esto, también tiene una cuota de placer. No extremo, como lo proclama la contemporaneidad, pero sí un placer que los y nos hace más humanos.
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